domingo, 22 de junio de 2008

unidireccional


Iceland
Jose M. Mellado


Tengo que tomar una decisión... debería tomar una decisión... sería conveniente... ¿quiero hacerlo?... El miedo paraliza porque se le conoce, ha estado aquí antes y puedo notarlo como reaparece. ¿Qué tipo de miedo? Miedo al dolor no físico que se vuelve físico, al que duerme demasiado cerca. Demasiado cerca. He de tomar una decisión... una decisión...

martes, 17 de junio de 2008

pensar el ayer


Crouching nude, back view
Egon Schiele
1917

Es la curva de la esplada,
una torsión ocasional. Momentánea.
Es otra la ondulación,
la melena a un lado un punto de vista oculto.
La postura se adapta al contexto. Sin dificultad. Sin peligro.

lunes, 16 de junio de 2008

construyendo mi jardín



Resurrection Ferne
Iron and Wine


Una vez prometí una flor blanca
a quien disfrutaba del rojo intenso de la sangre.
Largos paseos me brindaron la excusa
para regalarte aquello que te pertenece.

Para M.

domingo, 15 de junio de 2008

flores de primavera


Embankment of the Sumida River, Edo
Utagawa Hiroshige
1859
(British Museum)



hana no kage / age no tanin wa / nakari keri

in the shadow of the cherry blossom
complete strangers
there are none...

Issa

jueves, 12 de junio de 2008

la noche del 12 de junio de 2005

Tres o cuatro días después, en el tren que me devolvía al trabajo, por casualidad leía estas palabras de María Luisa Elío:

"Me acerqué a la ventana. En efecto, el balcón estaba vacío ante mis ojos. Más que vacío, ahora, al poder mirarlo, muerto. Es un asombro que no importa, un asombro que se parece al que sentimos cuando vemos a alguien muerto que queremos con toda el alma... y sentimos con asombro que eso no importa. Importa el que era, lo que era. Importa un dolor que ahora es imposible de sentir. Quizás importa que ya no importe. El dolor de ser hecho de cosas que van dejando de ser. El balcón y mi madre parecen ahora una misma cosa. ("El mismo asombro-recuerdo que sentí mientras mi madre se moría.") Prácticamente ya no importaba nada, ni lo de antes ni lo que estaba enfrente ahora. Ella se moría poco a poco y, sin embargo, parecía que no importaba. Yo acariciaba su brazo con la punta de los dedos (...)

(...) Entonces me senté de nuevo y volví a acariciar su brazo. No lo hacía por acariciarla (no sé, tal vez para que ella lo sintiera así), más bien creo que lo hacía para poder recordar, para que pudiera, al menos, quedarme con algo de ella en los dedos (...)"


(Tiempo de llorar y otros relatos, de María Luisa Elío
Ed. Turner)


Ahí ya no pude leer más. Igual que hoy, recordando aquella última noche que pasamos juntas, ella en la cama, ausente desde hacía horas y yo a su lado asustada por su respiración entrecortada y en una cadencia irregular como presagio de lo que ocurriría horas más tarde, el rostro se llenó de lágrimas. Ahora cada año, desde hace tres, la memoria irrumpe con fuerza y me recuerda, de nuevo, la última vez que me refugié en su mano.