No pensaba que cuatro horas en tren dieran para tanto. No por las dos películas que he visto (ninguna de las dos repetida ni vista con anterioridad, pero nada recomendables para mi estado), sino por el desasosiego que producen los viajes. Mi cabeza no ha parado quieta un segundo, deduzco que el movimiento de las ruedas a ayudado a tal labor.
Estoy inquieta y reconozco la sensación. Mezcla de nervios, ansiedad, culpa, miedo, impaciencia, desconsuelo y un largo etcétera que más me valdría callar. Así que me toca lidiar conmigo misma, con todo lo que siento, con mis impulsos y arrebatos y con mi maldito estómago que se ha vuelto a cerrar.
Cómo acelerar el tiempo cuando éste pide calma. Parece que tengo una tendencia natural a quererlo todo ya, a descuidar el camino (¿será por eso que tengo una obsesión por los trayectos, recorridos, senderos y demás líneas paralelas en mis fotografías? Tendría que meditarlo) o a querer forzarlo en exceso. Y miro al cielo esperando y esperando mientras mis pies caminan solos, sin directrices concretas. ¿Será que de pequeña me dijeron que no mirara al suelo mientras caminaba? Será...
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