miércoles, 28 de noviembre de 2007

a tientas por el mundo

Parece que cuando las distancias se hacen más grandes, empiezas a optar por una de las opciones: o añoras o olvidas. Estoy empezando a vislumbrar una de las dos. Sin embargo, también descubres que la otra, aunque mal disimulada saca la cabeza, se revuelve a la altura de tu estómago y desaparece por un tiempo más o menos convenido.

Luego está la tristeza. A ésta deberíamos tratarla de usted, hacerle una reverencia cada vez que entra en la sala y dejarla desfilar como hacían sus antiguas majestades al llegar al baile: nos apartamos y recuperamos la compostura minutos después de haber pasado frente a nosotros. Al volver la cabeza ya no está, pero sentimos su presencia flotando en el ambiente, en la habitación o en tus dos metros cuadrados de espacio personal. Es ella, de carácter fuerte y femenino, delicada y punzante. A la que me encantaría agarrar por el cuello y estrangularla antes de que dé el primer paso. Pero siempre, y recalco siempre, se adelanta.

Ahora vive instalada conmigo desde hace unos años. Creo que nos hemos acostumbrado la una a la otra y en ocasiones hablamos, en ocasiones nos gritamos hasta quedarnos sin voz y la mayoría de las veces, simplemente nos ignoramos mútuamente. Sé que seguirá conmigo y me traicionará cuando menos lo espere, siempre queriendo escapar a través de unos ojos convertidos en el único punto vulnerable que no logro dominar. Pero si lo pienso bien, creo que lo prefiero así.

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