Apenas puedo escribir nada. Y cada vez siento que me cuesta más sentarme como antes, con el ordenador en mi regazo, minutos eternos y paciencia para quedarme aquí sentada, ordenando las ideas, los sentimientos, las imágenes que han ido apareciendo durante el día, o el anterior, o quizás mucho antes. Tal vez, sin saber que en algún momento formarían parte de algo que merecía ser contado.
Pensaba que me estaba apagando poco a poco... No... no era eso. Era otro sentimiento, otro pensamiento: la aridez ganaba terreno dentro de mí. Algo seco se adueñaba de mi cabeza, lo destruía hasta convertirlo en un páramo agrietado por donde sólo el viento podría filtrarse produciendo sonidos huecos y ahogados. Algo estaba ganando terreno con mucha más rapidez y fuerza de lo que jamás pensé que fuera posible. Algo me estaba siendo vedado, algo me estaba aniquilando por dentro mientras intentaba aguantar lo imposible una sonrisa. Ya se sabe, siempre las apariencias...
Y todo giraba entorno a lo mismo. Siempre lo mismo, el mismo tono neutro y sin vida. Latente sin necesidad. Me cansé de escucharme pronunciar la misma historia más de tres veces y siempre con el mismo final y la tristeza agarrada a los tobillos. Qué más pasos dar... qué más decir al respecto.
Nada: simplemente nada.
¿Y que hago ahora escribiendo? Eso me pregunto en este mismo instante: qué me ha llevado a romper mi silencio. No tengo respuesta... sólo una voz que se me escurre dentro y me hace cosquillas a la altura del cuello. Acaba de invitarme a un viaje, las postales del cual tendré que remitirlas yo.
La primera no tiene imagen: sólo un penetrante olor a naranja. Frío.
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