Las moscas suben al metro a las 8.40h de la mañana. Y no podía esperarse menos de ellas: ceden el paso y retrasan su entrada hasta cerciorarse de que todos han entrado. Me pregunto dónde se bajarán... creo que van dirección a la playa porque el tiempo, aunque invernal, acompaña a un paseo matutino. Yo también iría.
En el interior del vagón, una lágrima negra se muestra bajo los ojos cerrados; todavía es demasiado pronto para dejarlos salir. Y en ella me quedo dando vueltas, sea por el vaivén del vehículo, sea porque jamás había visto una tan cerca. Parezco una niña pequeña atrapada en la curiosidad del mundo mayor. Sólo que ahora debo hablar en términos de decoro y disimulo para no navegar en la desvergüenza de una mirada limpia. Ojalá no me hiciera mayor.
Fin de trayecto, salida al aire frio de la calle. Subir la cremallera de la chaqueta, arreglarse el pelo en el reflejo rápido del ascensor y pensar qué no voy a pensar hoy. A decir verdad, no recuerdo que soñé esta mañana, lo que significa que deshice todo lo dicho. (...) Sabría de antemano mis predisposiciones (...).
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1 comentario:
estás viva, que alegría.
necesito besos, sabes?
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