lunes, 31 de marzo de 2008

Tractatus



Nos hacemos figuras de los hechos.
La figura representa el estado de cosas en el espacio
lógico, el darse y no darse efectivos de estados de cosas.
La figura es un modelo de la realidad.
A los objetos corresponden en la figura los
elementos de la misma.
Los elementos de la figura hacen en ella las veces
de los objetos.
La figura consiste en que sus elementos se
interrelacionan de un modo y manera determinados.
La figura es un hecho.
Que los elementos de la figura se comporten unos
con otros de un modo y manera determinados, representa
que las cosas se comportan así unas con otras.
Esta interrelación de los elementos de la figura se
llama su estructura y la posibilidad de la misma, su
forma de figuración.
La forma de figuración es la posibilidad de que las
cosas se interrelacionen al igual que los elementos de
la figura.
La figura está enlazada así con la realidad; llega
hasta ella.
Es como un patrón de medida aplicado a la
realidad.
Sólo los puntos extremos de las marcas tocan el
objeto a medir.
Así pues, de acuerdo con esta concepción, a la
figura pertenece también la relación figurativa que la
convierte en figura.
La relación figurativa consiste en las coordinaciones
entre los elementos de la figura y los de las cosas.
Estas coordinaciones son, por así decirlo, los tentáculos
de los elementos de la figura con los que ésta
toca la realidad.

(Puntos 2.1 a 2.1515)
Wittgenstein, Ludwig

sábado, 29 de marzo de 2008

Lecturas presentes

I

Huéspedes accidentales

En sus cartas desde Ucrania, Karl-Josef Zumbrunnen escribía: "Todo aquello que anhelamos, pensamos y esperamos, nos sucederá sin duda. La cuestión es que nos llegará tarde y con otro aspecto. De tal modo que cuando aquello se presente ante nosotros no lograremos reconocerlo. Es por esta razón que la mayoría de las veces tenemos miedo al futuro, tenemos miedo a los viajes y a los hijos, tenemos miedo a los cambios. No sé cómo enfrentarme a ello, pero lo pretendo con todas mis fuerzas. Aún no hace mucho tiempo que empezaron de nuevo los largos apagones."


Yuri Andrujovich, Doce anillos, Acantilado, 2007

jueves, 27 de marzo de 2008

sábado, 22 de marzo de 2008

Él

Sus ojos verdes los heredé durante varios días; luego se oscurecieron hasta un marrón avellana. Sin embargo, algo retuve: un iris más claro que el otro. Confieso que no había reparado en este detalle hasta ahora; este compartir ha pasado desapercibido durante mucho tiempo.

Los puntos en común se incrementan con los años. Cada vez me veo más en él, le veo más en mí. Nos hacemos mayores: él a paso lento y yo siguiéndole como puedo. Cuántas veces habré errado por sus silencios, sus miradas de soslayo, su sentir sin hacerlo evidente. Cuántas veces le reclamé algo sabiendo que no podría. Cuántas veces me dije que no cambiaría nada.

Pero erré, y esta vez lo hice sola. Hoy sus silencios me hablan con cariño, sus miradas se cruzan con las mías y esbozan sonrisas, y su sentir se confunde con los abrazos que, ahora que somos mayores, los dos reclamamos al encontrarnos.

A mi padre.

martes, 18 de marzo de 2008



XXXII

Le silence
entre deux amis


El silencio
entre dos amigos


Los treinta y tres nombres de Dios
Marguerite Yourcenar

martes, 11 de marzo de 2008

de huecos y otras chapuzas

Es un suicidio. Todo, en general.
Pero bien, nos parece bien correr sin medida hacia adelante esperando que algo nos pare a medio camino para poder tomar aire. Respirar sin mirar hacia atrás y ver la trayectoria en tiempo y espacio, porque parece que tras nuestros pies ha ido creciendo un abismo que hemos evitado por velocidad. Jamás el talento tiene algo que ver en todo esto.

Es un suicidio. Todo: cada palabra, cada gesto, cada silencio, cada mirada. Es un suicidio cada vez que ríes y me abrazas sin saber que siento, sin querer saber lo que siento. Porque jamás te diste cuenta de quién era yo. ¿No me viste? Estaba cerca, tanto que casi podías tocarme. Pero sólo rozaste cada una de mis esquinas y con eso te bastó.

Es un suicidio. Todo: mi imagen transformándose cada día para parecer otra y que así no me reconozcáis. Porque en el fondo, si nadie recordará a nadie pasados cuatro minutos, qué importa lo que signifiquemos ahora. Las listas escritas en el papel, los nombres que fueron algo y que en este momento viven sólo para ponerlos tras otros igualmente perdidos, se acumulan debajo de la cama junto a los zapatos en desuso, el polvo y la oscuridad de cada noche.

Y es locura recurrir a un exceso de literatura que nos anestesie con palabras ajenas. Porque los hechos consumados no se traspasan, se agarran a lo más hondo del estómago y vuelven en forma de estados anímicos diarios obtusos, inconclusos. Es un suicidio en fascículos, de aquellos que compras el primer número en oferta y luego los sigues sólo por obligación.

Es un suicidio, repito: el vacío produce huecos, que nadie pretenda engañarme. Ahora me dedico a la albañilería, el bricolaje y a las reformas en general. De 8 a 20 h. Precio asequible. Máxima confianza.

jueves, 6 de marzo de 2008


Algún desvío de la norma
Ocurrirá a medida que el tiempo se hace más abierto,
El consenso varía de a poco; acerca de lo cual
Ya nadie miente. Óxido oscuro derramándose
Sobre el cuerpo, cambiándolo sin deteriorarlo-
Gente con muchas cosas en la cabeza, pero vivimos
En los intersticios, entre una mirada distraída y el cielorraso.
Nuestras vidas se encargan de hacernos acordar. Finalmente, no
otra cosa es ser consciente
Y los que viven a través de esto se bajan en la misma parada.
Qué descuidados. Sin embargo al fin cada uno
Resulta haber viajado la misma distancia -es el tiempo
Lo que cuenta, y cuán profundamente hayas invertido en él,
Cruzando la calle de un suceso, como si salir de él fuera
Lo mismo que realizarlo. No te importa, por supuesto,
mayormente, si éste es el modo en que tenía que suceder,
Sin embargo te habría gustado recibir una porción más exacta
de tiempo
Que sólo el reloj te puede indicar: cómo se lo siente, no lo que
significa.
Es un campo abierto, sólo conocemos un pedazo del final,
No la parte que presumiblemente teníamos que atravesar para
llegar ahí.
Si esto no te alcanza, considera la idea
Inherente en el día, brazadas de trigo y flores
Achatadas sobre carretillas, si tal vez significa más
Al relacionarse contigo, sin embargo lo que es, es lo que sucede
al fin
Como si te hubiera importado. El evento se combina con
Rayos que salen de su interior para dar la apariencia de fuerza
adaptada a los usos más sabidos de la edad, pero está ahí
Y no está, como la ropa tendida o el aserrín al sol,
En el fondo de la mente, donde vivimos ahora.

Diciéndolo para que no suceda
John Ashbery

domingo, 2 de marzo de 2008

domingo

Cuando éramos pequeñas, mi madre nos cosía una diminuta marca de color en cada uno de nuestros calcetines para diferenciarlos. Así, en la montaña de ropa recién lavada que se acumulaba en la habitación de coser (la llamábamos así por la máquina, los hilos, telas y demás enseres de coser de mi madre, además de la plancha y los mil trastos que de hecho formaban parte de aquel habitáculo mezcla de sala de juegos y almacén para todo), revolver en busca de un par de calcetines limpios resultaba mucho más sencillo.

El mío era el rojo, mi color distintivo me refiero y mi favorito (curioso cómo cuando somos pequeños debemos decidir un favorito para todo, manera esta de clasificarnos a nosotros mismos y definirnos frente al resto). Creo recordar que Irina tenía el amarillo y Clara el verde, pero de esto último no estoy segura. ¿Por qué recuerdo esto? La verdad, no lo sé. Quizás porque últimamente me vienen a la cabeza imágenes, olores y gustos que pensaba que había olvidado.

Por ejemplo, el otro día recordé el olor de los bocadillos de tortilla que nos preparaba mi madre los días que salíamos de excursión con el colegio. Tengo la imagen del mármol de la cocina, nada más entrar a la izquierda, donde me esperaba un brick pequeño de zumo de piña, alguna que otra galleta y la cantimplora azul llena de agua. Al otro lado de los fogones, mi madre batía los huevos mientras en la sartén ya se calentaba el aceite. Siempre la hacía de un sólo huevo y me ponía perejil picado y recién cortado, porque decía que le daba mejor sabor; en el mármol, el pan con tomate ya estaba abierto por la mitad y preparado. Era el ritual propio de esas mañanas atípicas y por eso excitantes en las que la rutina diaria del cole se transformaba por unas horas. Y todo empezaba en la cocina de mi casa.

Hoy, mientras esperaba sentada a que llegara la luz justa para una foto, me he dado cuenta de que el gesto que tenía era propio de mi madre; y no he sabido como reaccionar ante tanto recuerdo.